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¿Se puede considerar a la filosofía como un arte?



domingo, 18 de octubre de 2009

¿Moral o Felicidad?


Como han señalado diferentes filósofos y psicólogos, o como quizá podríamos creer nosotros mismos a la luz de determinadas experiencias de nuestra vida, educación y cultura, la moral, o la ética, vendría a ser un modo de ornamento puesto a la vida, o una especie de pátina; cuando no simple moralina, represora además de la felicidad. En efecto, la moral, cabría pensarse, es constrictiva, impone renuncias, tiene poco que ver (si es que algo) con la tendencia a la felicidad; en una palabra, está asociada al sacrificio, limitando excesivamente la felicidad, o, a lo más, compatible con esa "felicidad" entendida como el bien moral honesto.

La felicidad, por otra parte, suele venir asociada a la idea de plena satisfacción de nuestras necesidades, a la realización, sin cortapisas, limitaciones o constricciones, de nuestros deseos; estrechamente emparentada, pues, con la alegría y el goce de la vida. Es decir, viene asociada con lo que suele asociarse la moral.

Sería por ello de interés debatir la relación entre moral y felicidad, en el sentido de si la moral da al traste con la felicidad, o al menos la dificulta sobremanera, y si la felicidad requiere estar libre de ataduras morales.


¿Van de la mano por la vida la felicidad y la moral?
¿Son contradictorias e incompatibles entre sí la moral y la felicidad, o bien sólo determinadas morales? ¿Pero son sostenibles y verdaderas las interpretaciones tanto de la moral como de la felicidad? De las teorías sobre la felicidad, ¿cuál, o cuáles, podrían parecernos las más "realistas" y en consonancia con la naturaleza del hombre? ¿Cómo cabría pensar una relación de compatibilidad, o incluso de complementariedad, entre la moral y la felicidad?


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Ejemplo moral de Sócrates.

Suele darse una distancia, a veces muy grande, entre la moral mantenida de palabra y proclamada, bien por una sociedad, un grupo o un individuo, y la moral ejercida de hecho. Del dicho al hecho hay un gran trecho, señala el refrán. En cualquier caso, no siempre es fácil, antes bien, en ocasiones muy difícil, mantener efectivamente la moral proclamada.

Platón escribió un diálogo, titulado Critón, en el que podemos asistir a la reacción, deliberación y decisión que, ante la propuesta de un amigo, adoptó Sócrates, injustamente condenado a muerte por su ciudad y su leyes, y encarcelado en espera de ser ejecutada la sentencia. En vísperas ya de tomar la cicuta, su amigo Critón le ofrece la huída de la cárcel y de la ciudad, mediante el soborno de sus vigilantes, a fin de salvar su vida, si bien habría de huír a otra ciudad.

Critón apela, en su diálogo, con Sócrates, a lo injusto de la sentencia, a la obligacíón de Sócrates para con sus hijos, etc. Sócrates, por su parte, desatiende y rechaza la propuesta, apelando a su vez al conjunto de principios morales, tanto de carácter personal como social y político, amén de su atenencia a lo que le dicta su recta razón. No puedo rechazar ahora los razonamientos que en otro tiempo profesaba", "no se ha de tener en la mayor estima el vivi, sino el vivir bien, es decir, moralemente... Estas y otras consideraciones de no menor enjundia van engarzando la argumentación de Sócrates.

La gran brevedad del diálogo nos permite asistir de un tirón a esta representación del ejemplo socrático de una moral vivida hasta sus últimas consecuencias, según el relato de su discípulo Platón.


Y creo que... hasta aquí es todo cuanto tengo que decir.
Saludos y buena suerte, amigos.

martes, 13 de octubre de 2009

El mundo de las ideas.

En el libro VII de La República, Platón narra el conocido mito de la caverna, en el que intenta demostrar la validez de lo que hasta aquí se ha expuesto. Tratemos de imaginar que dentro de una caverna oscura hay unos hombres encadenados, orientados hacia la pared del fondo de la misma. En el lado opuesto, de espaldas a los encadenados, está la entrada por la que penetran los rayos de sol que proyectan la luz y las sombras sobre el fondo. Platón explica que la realidad auténtica para los encadenados serían sólo las sombras que han visto durante toda la vida proyectadas en la pared. Si uno de ellos fuera liberado de las cadenas y viera los rayos del sol, se daría cuenta de que la realidad no son las sombras sino aquello que se interpone entre la pared y la luz que penetra por la entrada. En el caso que intentara explicar todo ello a los encadenados, éstos posiblemente creerían que a raíz de su liberación el compañero se había vuelto loco y les resultaría difícil creer en la versión de los hechos explicada por el encadenado liberado.

Del mismo modo -afirma Platón-, el mundo que captamos a través de los sentidos es como las sombras que ven los encadenados. Sólo el alma sería capaz de ver la auténtica realidad, como así le courrió al preso liberado.

El alma nos libera de la apariencia a la que nos tienen sometidos los sentidos. El conocimiento es por tanto como una liberación de este mundo, el de los sentidos, y nos sitúa en el ámbito de la auténtica realidad: el mundo de las ideas.