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¿Se puede considerar a la filosofía como un arte?



jueves, 20 de agosto de 2009

Para rellenar, simplemente.

La dimensión última que se encuentra en lo más profundo del ser humano, la dimensión suprema de la vida, es conciencia y amor universal. La una no puede existir sin el otro. Verdad y amor son una sola y misma cosa.


Taisen Deshimaru.




Primero y antes de escribir nada más quiero dedicarle esta última frase a Sam:


Verdad y amor son una sola y misma cosa.


Porque, no estoy seguro, pero creo que algún día pasado tuvimos una conversación en la que hablábamos de estos dos términos, pero no estoy muy seguro, lo único que puedo decir con total certeza es que al leerla me acordé de ella.






Iba ayer por la tarde reflexionando sobre esto: no me puedo quejar, ni mucho menos de cómo me trata la gente.


Si una persona, antes de su entrada en este nuestro planeta, leyera a según qué filósofos y escritores que ha habido a lo largo de los siglos, entraría el pobre neófito a la vida atemorizado, acongojado, teniendo en mente una cosa: “El hombre es un lobo para el hombre”, “Me van a traicionar por todos lados, hasta mis propios hermanos de sangre”.


Recuerdo cómo mi propio padre me repetía machacona y sarcásticamente, a la vez que totalmente en serio, esta frase: “No te fíes ni de tu propio padre”.


Lo cierto es que yo no soy muy leído que digamos, pero estoy seguro de que si hiciéramos un repaso por las principales plumas de la historia de la Humanidad, pocas encontraríamos que demuestren fe en el hombre, en nuestra humana raza, que apostarán por confiar en nuestro semejante en lugar de desconfiar sistemáticamente de él.Y, aunque cuando encendemos el televisor y vemos los telediarios, parece que tengamos que dar la razón a todos estos pesimistas, yo personalmente, si observo el trato que me han dado mis allegados, familiares, amigos e incluso desconocidos, tengo que reconocer que el balance resultante es bastante positivo.




Nota: Estoy tratando de estudiar un poco de
filosofía oriental.
Quizás me lleve un tiempo bastante largo,
puesto que es un reto que, muy a mi pesar,
requiere un trabajo duro y largo para llegar a tener
algo de idea sobre este tipo de filosofía.

Brindemos por los ilustrados, Blanko.

lunes, 17 de agosto de 2009

Corre, como el agua.

No existen grandes actores, sino grandes mentirosos.

Alguien.



Cabizbajo andas por la calle.
Te topas con un banco que te recuerda frío.
Te sientas en él. Sientes el calor que aquél día conseguiste abrazándola.
Te levantas y sigues tu camino, mirando al suelo.
Llegas al vestuario, te quitas la ropa y recuerdas la oscuridad de aquella habitación,
que sin querer les desnudaba.
Sales de allí. Con el frío calándote los huesos.
El gorro incrustado en la cabeza, apretándote las orejas.
Las gafas empañándose.
Ffffuuumh.
Te tiras al agua.

100m.: Piensas en los días que han pasado desde la última vez que la viste.
350m.: Recuerdas todos aquellos encuentros.
700m.: Cantas aquella canción que tantos gemidos disimuló en las noches, frío.
1100m.: Todas las despedidas que surgieron en el portal.
1800m.: Recuerdas aquella vez que de verdad cruzaron palabras intelectuales.
2500m.: Sin avisar, corre hacia tu mente aquella vez que llovía
y ella apareció empapada, no estabas seguro de si agua de la lluvia o lágrimas, se cobijó en tus brazos y te contó con un hilo de voz lo patética que resultaba su vida. Y después tú la consolabas. Y la querias.
3000m.: Te repites una y otra vez cuánto la quisiste.
5000.: En blanco.
Sales de la piscina.

Abdominales.1misisipis.2misisipis.3misisipis.4misisipis.60 misisipis.
Lumbares.1misisipi.2misisipis.30misisipis.45misisipis.60 misisipis.
Flexiones.1misisipi.2misisipis.30misisipis.45misisipis.60 misisipis.
Gomas.1misisipi.2misisipis.30misisipis.45misisipis.60 misisipis.
Plancha.1misisipi.2misisipis.30misisipis.45misisipis.60 misisipis.
Cuerda.1misisipi.2misisipis.30misisipis.45misisipis.60 misisipis.
Tríceps.1misisipi.2misisipis.30misisipis.45misisipis.60 misisipis.
Bíceps.1misisipi.2misisipis.30misisipis.45misisipis.60 misisipis.

Una hora más tarde. Agotado. Bajo la ducha del vestuario sientes el agua fría recorriendo cada célula de tu cara. Te sientes aliviado. Esos pensamientos no volverán a tu cabeza hasta mañana. Mañana a la misma hora.
Es curioso como el agua te hace recordar aquello que más te dolió, cuando lo perdiste
(o mientras lo tuviste).
Es curioso como uno aprende aquello que nadie te enseña.
Que las mujeres... ni con ellas,
ni sin ellas.

lunes, 10 de agosto de 2009

Grand Passion.

Parecerían términos antitéticos, pues la filosofía es pensamiento reflexivo, eje diamantino de paz, y la pasión, desorden, furor sensorial. También suele decirse, y alguno lo creen a pies juntillas, que un hombre dominado por sus pasiones está privado de razones. ¡Peregrina afirmación! Se comprende la prudencia y búsqueda de equilibrio cuando se intenta crear un hombre frío, abstracto, lleno de energías eficaces cuyo control de sí mismo es necesario para la conquista de la seguridad y el éxito personal.

Carlos Gurméndez, El País.


Los grandes racionalistas, como Spinoza, Descartes y Hume, conocieron y analizaron las pasiones, tratando de encauzarlas para el bienestar del hombre. En Tratado de las pasiones, Descartes admite que son impulsos brutales y repentinos que nos asaltan, pero no aconseja eliminarlas, sino en tenderlas para poder vivirlas con medida y pausada intensidad. Reconoce que son buenas por naturaleza. Hay, pues, que serenarlas con ayuda de una razón auxiliar humana, sin jamás sofocarlas y menos ignorarlas. Para Spinoza, las pasiones son afecciones que nos mantienen vivos, voluntarios, tensos y nos hacen perseverar en nuestra existencia. Vivir es apasionarse siempre de todo y por todo, es el esfuerzo que nos hace subsistir. "De ello se desprende que el hombre está necesariamente sometido a las pasiones". Pero hay unas que son buenas, las que aumentan la potencia de nuestro ser, y otras malas, que menguan nuestra capacidad física. Tanto Descartes como Spinoza juzgan las pasiones como servidumbres y debilidades del alma que deben someterse a la vigilancia de la suprema diosa Razón. Sin embargo, David Hume sostiene que no es serio filosóficamente hablar de combate entre pasión y razón: "La razón es, y sólo debe ser, esclava de las pasiones y no puede pretender otro oficio que el de servirlas y obedecerlas". Éste es el famoso slave passage, que constituye la esencia del naturalismo de Hume. ¿Libertad para el desenfreno de las pasiones? De ninguna manera, pues Hume. sostiene que las pasiones son sentires naturales, comedidos, racionales, y la razón misma es una facultad que tiene la pasión para inferir, trabar y enlazar lo que padecemos o experimentamos.


La filosofía racionalista y escéptica, al tratar de comprender las pasiones, para dominarlas y racionalizarlas, creó una separación entre el mundo del pensamiento y el mundo afectivo, entre filosofía pura y literatura. La primera se entregará a especular racionalmente sobre el espíritu pensante, y la segunda, a describir la grandiosidad de las pasiones: Descartes y Shakespeare.


Pero cuando se plantea la necesidad del conocimiento de sí mismo, de la subjetividad escondida y misteriosa, "se enciende la chispa del contacto", como dice Bloch, entre las afecciones apasionadas y el conocimiento real. Si bien nada grande puede realizarse en el mundo sin la pasión, como afirma Hegel, las pasiones las deja subordinadas como diabólicos y malevolentes fantasmas, para realizar los fines últimos del Espíritu. Marx trató de corregir este finalismo moralista o trascendente de Hegel, afirmando que la pasión es la energía suprema del hombre, que le lleva a la realización objetiva de sí mismo. La pasión, así, se convierte en el motor de la historia y del cambio, en la protagonista decisiva e inflamada de las revoluciones. Sin embargo, tanto Hegel como Marx tuvieron una concepción abstracta de la pasión. Por ello será necesario escribir algún día una crítica de la pasión pura.


Balzac describe las pasiones más fundamentales: avaricia, ambición, amor puro, amor paternal, codicia, envidia. Estos sentires Balzac sólo los considera pasiones cuando son únicos, absorbentes, absolutos. Louise de Chaudieu no tiene más pasión que el amor; el barón Hulot, la lujuria; Gobseck, el dinero; Rastignac, la ambición. Por el contrario, Stendhal celebra las virtudes de la pasión que nos arrebata y consume. Tanto Fabrizio como Julián Sorel son sublimes apasionados, a veces hasta delirantes. La grand passion es, pues, épica, necesaria para desarrollar el espíritu del hombre. Este análisis de las pasiones de la burguesía lo prosigue Proust hasta llegar a los laberintos de la soledad desesperada.


Mientras tanto, la filosofia ignoró las pasiones hasta que Husserl y Kierkegaard, al sumergirse en el yo puro de la conciencia uno, y en los tormentos de la existencia el otro, centraron de nuevo la atención en la diversidad de los afectos y de las pasiones subjetivas que culmina en la filosofía patética de Heidegger. Sartre es el primero que describe, desde sí mismo y sin escapar jamás a la soledad de la conciencia, el amor, el odio, la angustia, la envidia, la cólera, la piedad, el fracaso, la venganza. Son pasiones abstractas, conceptualizadas, que luego plasma concreta y figurativamente en su obra dramática y narrativa. Paralelamente, la filosofía marxista de Walter Benjamin analiza las pasiones fundamentales que se deriven del modo de producción capitalista; la tristeza, la melancolía, el snobismo, la pereza, la ambición, la soledad, el tedio.


La filosofía comienza así a profundizar en la realidad de las pasiones individuales como totalidades analíticas, restableciendo la olvidada conexión, pues, al pensarlas de nuevo se intenta, como los clásicos del racionalismo, comprenderlas sin subyugarlas.


En suma, seamos realistas y dejemos atrás esa creación burguesa del hombre abstracto, dominador de sus pasiones, objetivo, impasible, y abandonemos el self-control para entregarnos a la libertad subjetiva de las pasiones, que es, sencillamente, la conciencia de nuestra necesaria realidad.


Sin duda, dedicado a Blanko.


martes, 4 de agosto de 2009

Ella era seda.

Allí arriba no se oía nada, sólo la voz de mi pensamiento. Allí arriba todo era azul, todo era cielo. Sentado en el suelo de la azotea, con la cabeza apoyada al muro, mirando las nubes, como corrian unas detrás de otras. Cerré los ojos.

Estaba en la azotea con ella. Nos mirábamos a los ojos y sabíamos que aquella noche sería la noche en la que no harían falta las sábanas para entrar en calor. Era de noche. La había llevado a la azotea para que pudiese conocerme un poco mejor. Un sitio ideal para mirar las estrellas. Muchas veces me quedé allí durmiendo y muchas veces me llovío encima.

Nos acurrucábamos en una esquina, mirábamos las estrellas. Charlábamos sobre nada y sobre todo, mientras un cigarrillo se cosumía esntre mis dedos. Y entre frase y frase, un par de besos. El deseo nos traspasaba las entrañas. Una par de cervezas más tarde, ya estábamos en mi habitación. Le enseñé un par de libros que me entusiasmaban demasiado y le expliqué un poco de filosofía de los antiguos. No sé si realmente le gustó mi pequeña tesis filosófica antigua o hizo como que si para que me callase y le besase otra vez.

Iba a ser una noche normal, en la que uno duerme con la chica que le gusta en la misma cama, respetándola. Iba a ser una noche normal. Dos besos, tres, cuatro. Asfixiados nos quitamos las camisetas, los pantalones. Río abajo. Destino: su ombligo. Le gustaba que pasease por su barriga, haciéndole cosquillas. Rodeándo el ombligo dos, tres veces. Más abajo, por sus piernas, suaves, seda, me recordaron a la seda. Ella era seda.

Ropa interior negra. Me volví loco. Mis manos recorrieron cada centímetro de piel de su cuerpo, suave. Era una buena chica. Seria, simpática, graciosa. Me gustaba. Acabó durmiéndose enrollada en mis brazos. Podía sentir cómo le latía el corazón. Y su, por fin, apaciguado corazón me recordaba al momento cumbre, al momento en el que toda ella latía a cien por hora, al momento en el que los dedos de sus pies se encogían y su cabeza se echaba hacia atrás, dejando su delicado cuello al descubierto, tentándome una y otra vez.

Me desperté y allí estaba, sentado en la azotea. Con los brazos vacíos y los recuerdos envolviendo mi lengua y devolviéndome el sabor de su piel. Así que encendí un cigarrillo y observé las formas que hacía el humo. Recordándola. Recordando aquél amor de la adolescencia. Aquellos ojos que me miraban inundados en lágrimas. Aquellos labios que su lengua relamía de vez en cuando para mojárselos y que no se secaran, para estar listos para besarme en cualquier momento. Aquellos brazos que me abrazaban por detrás por sorpresa. Qué sentimientos tan inocentes, ¿no crees?.

domingo, 2 de agosto de 2009

La dulzura de Laura.

Ayer estaba bastante ebrio, sentado en un banco de una plaza, cerca de la zona de fiestas, con una amiga, y le pregunté:

-Laura, ¿tú por qué crees que las personas deciden unirse para siempre a otras personas? ¿Por qué lo convencional es casarse y formar una familia y ser fiel a la pareja y etc?

-Porque primero se enamoran, luego empiezan a ser dependientes el uno del otro (el amor se convierte en dependencia) y cuando la vida se vuelve aburrida, deciden tener hijos. La mayoría de las personas no son fieles al cien por cien, yo creo que todo el mundo ha sido o será infiel al menos una vez en la vida, y ya me parece mucha fidelidad.- Me contestó, con tanta seriedad que pensé que ya se le había pasado la borrachera, hasta que sentí sus labios en los míos.

Su lengua recorría cada pliegue de mis labios, con suavidad, con ternura, casi llegué a pensar que con amor. Nuestros labios se volvieron uno, nos volvimos uno. Nuestras lenguas jugaban a quererse abrazar. Mis dedos recorrieron su espalda, de abajo hacia arriba, hasta llegar a su pelo. Ese pelo corto que le daba ese minúsculo aire masculino, que la hacía encantadora. Que la hacía terriblemente atractiva, con su cara de muñeca. Perfecta, con las mejillas sonrojadas, los ojos almendrados, color castaño claro. Sus largas pestañas de las que seguro podría colgarme y morir asfixiado de profundidad, irradiada por sus pupilas.

Mientras me perdía entre las esquinas de su cuello podía notar su ligero aliento en mi oreja, volviéndome loco.

Un par de risas más tarde y después de arrancar y aparcar el coche, estábamos allí. Rodeados de arena... Comiéndonos con los dedos, con los ojos... con la lengua. Su saliva en mi piel, oh, su saliva en mi piel. El sonido de las cremalleras, de los botones, del pelo revolviéndose por el aire, los besos, el sonido del roce de nuestras pieles, una contra otra. Arriba y abajo. Caricias arriba y abajo. Las olas de fondo, meciéndonos. Una, dos, tres vueltas sobre la arena. Su cuello largo, infinito, deseaba que no se acabara nunca.

Abrió la puerta, se bajó del coche, aún tenía arena en el pelo, bajándole por el cuello,... La miré, esperando que digera algo. Me miró, en silencio, vocalizando en silencio me dijo "adiós". Se dió la vuelta y fue hacia el portal. Entonces, me bajé del coche, la rodeé por detrás y la invité a dormir a mi casa. Invitación rechazada. No podía mantenerme la mirada, intenté buscarla, sus ojos se movían de un lado a otro, fijados en el suelo, esquivando los míos.

Quité mis manos de su cintura, la besé en la mejilla y me quedé allí plantado, asegurándome de que entraba en su portal, sin que le pasase nada. Me metí en el coche y golpeé el volante con rabia. Desaparqué. Conduje con rabia, rápido, saltándome los stops. No había nadie en la carretera. Estaba enfadado, enfadado por lo que le había hecho. Lo comprendí todo en ese instante, en el momento en el que sus ojos se rayaban. Imposibles.

Subí a mi piso y me emborraché. Tequila. Tequila con sal. Limón amargo.

Ni el limón más amargo podía arrancar el sabor de su dulzura, la dulzura de Laura.