-¿Por qué los hombres hacemos lo que hacemos?
-Por las mujeres.
-Por las mujeres.
End Game.
Era muy guapa, con una nariz pequeña y respingona y cara de buena; cabello oscuro, pecas, ojos azul claro. La había visto en algún sitio, quizá haciendo cola en el bar, pero no le había prestado mucha atención. Pero ahora estaba a mi lado, como una aparición, bebiendo vino tinto de un vaso de plástico y llamándome por mi nombre.
No entendía nada de lo que me decía, pero el timbre de su voz era muy claro pese al ruido: alegre, estridente, extrañamente agradable. Me incliné hacia delante y me llevé la mano a la oreja:
-¿Qué?- dije.
Ella rió, se puso de puntillas, acercó su cara a la mía. Perfume. La violencia de sus cálidos susurros en mi mejilla. La cogí por la cintura.
-Hay demasiado ruido. - le dije al oído; rocé su cabello con los labios -Vamos fuera.
Ella volvió a reírse.
-Pero si acabamos de entrar -dijo-. Decías que te estabas muriendo de frío.
Hummmm, pensé, me miraba con sus ojos claros, como si me encontrase graciosísimo.
-Vamos a un sitio más tranquilo -dije.
Alzó su vaso y preguntó:
-¿A tu casa o a la mía?
-A la tuya -contesté sin vacilar.
Era una buena chica. Dulces risas en la oscuridad y su cabello cayéndome sobre la cara; me hizo gracia su respiración entrecortada, que me recordaba a la de las chicas del instituto. Casi había olvidado el calor que se sentía al abrazar otro cuerpo. ¿Cuánto tiempo hacía que no besaba a nadie de aquella forma? Meses, muchos meses.
Era extraño pensar lo fáciles que podían ser las cosas. Una fiesta, unas cuantas copas, una chica guapa y desconocida. Así era como vivían la mayoría de mis compañeros: en el almuerzo hablaban con bastante timidez sobre sus aventuras de la noche anterior, como si ese inofensivo e íntimo pequeño vicio, situado por debajo de la bebida y por encima de la gula en el catálogo de los pecados, fuera el colmo de la depravación y la disipación.
Todo aquello me recordaba demasiado a mi juventud, y sin embargo ahora parecía increiblemente remoto e inocente, un recuerdo de algúna lejana fiesta adolescente. Su brillo de labios sabía a goma de mascar. Hundí el rostro en su cuello, blando y con un ligero olor acre, y me mecí con ella, murmurando, balbuceando, sintiendo cómo caía más y más en una vida oscura y medio olvidada.
La seguí y me dejé allá atras...
ResponderEliminarDónde ya habia estado repetidas veces, más ése dulce sabor a juventud, deseo y lujuria ya no besaban mis labios.
El calor... magnetismo. Necesidad... ¿Qué decir?
Bella escena.
Gracias, Sam. Aprecio mucho tu comentario. Espero hablar pronto contigo y que me cuentes qué tal te va todo.
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